Legó el ganadero Benavides su fortuna a los pobres más pobres de posadas y consideró que los albaceas de su riqueza habrían de ser los respetables más respetables del pueblo.
Entre sus bienes, una finca. Una tierra suave al pie de la sierra para disfrute y solaz del pueblo. Hace ahora casi un año, un vaquero ,Salvador Nieto, que había arrendado la parcela para avituallamiento de sus reses, no pudo llegar a su destino porque en el camino que durante años había estado franco, alguien había colocado una cancela impidiendo su paso.
No era sin embargo un alguien cualquiera: un poderoso e influyente grupo empresarial se estaba haciendo con una parte importante de las tierras colindantes de la finca donada por Benavides.
El vaquero, con sus 58 vacas, no quiso renunciar al derecho que le asistía en un camino que había venido usando de toda la vida, al igual que sus convecinos malenos. Y allí atrapado con su rebaño permaneció durante un día tras día durante muchos. Pero las autoridades no le hicieron caso y el hombre desesperado y con la panza vacía de sus animales, hubo de desistir de su empeño porque aquella familia empresarial tenía mucho, mucho dinero y por tanto mucho, mucho poder.
Sin embargo, el vaquero consiguió el apoyo y la simpatía de otros y se organizaron actividades, acampadas y reuniones, donde se establecieron lazos de apoyo y sentido común.
Los interesados se afanaron en demostrar que ese camino había estado siempre abierto a quien hubiera querido transitarlo , para el paseo o el acceso a otros sitios. Y llegaron no solo los juramentos de los más arrugados del pueblo, sino las pruebas que los archivos guardaban de que aquella colada había discurrido sin portachuelas ni cancelas por entre las tierras que atravesaba.
A medida que iba creciendo la indignación por el desentendimiento de las autoridades ante la justa restauración del camino expedito, también iban creciendo las voces y se fueron juntando más y más vecinos, que decidieron pasar de las quejas en la taberna a la protesta organizada.
Y así fueron muchas las noches que reclamaron bajo las estrellas la reparación del daño causado por aquella frontera que los dueños del coto habían impuesto en la presión orquestada para que poco a poco los usuarios de aquellos territorios desistieran de las caminatas y el esparcimiento.
El gobernador de aquel pueblo ordenó a los uniformados que velaran armas ante aquellos insurrectos que cada semana desafíaban el orden natural de las cosas: si el señorito le había salido de los cojones colocar una valla, sus razones tendría el señorito. Si el señorito le había dicho al gobernador que no quería ver por sus tierras a extraños que curiosearan su hacienda, habría que aceptar la petición del señorito.
Si el señorito convidaba en su coto a altos dirigentes del estado regional, los agasajaba y trenzaban relaciones personales , ahora los mandamases habrían de devolver la invitación y apostar a los guardias para defender la idea del señorito.
Así que si el señorito había intentado comprar todo el entorno para un gigantesco coto de caza para mantener y comprar favores, un camino de vacas y domingueros no se interpondrían en los planes de la familia rica, acostumbrada al ordeno y mando.
Y llegó lo inevitable. Vecinos y guardias , que venían aguantando la tensión de verse las caras cada viernes fueron acumulando mala leche en sus adentros. Los unos porque veían que su razonable petición no encontraba eco en quienes habrían de ampararles . Los otros porque les tocaba las narices tener que defender la cancela del señorito al final de la semana y aguantar además los desplantes de quienes festejaban , sin embargo, sus plantes nocturnos.
Mucha candela hasta que estalló la chispa y los botes de humo y las porras se cruzaron con las piedras y las carreras campo a través. Y como antes, como siempre ,se liaron a la gresca los hijos del pueblo, mientras gobernantes y patronos observaban la trifulca en sus poltronas veraniegas evaluando las consecuencias de la revuelta y la represión. Contaron los periódicos esos días la batalla campal y se difuminó el objeto del levantamiento ante la ignominia.
Los cabecillas, que la autoridad trata siempre de identificar cuando las gentes se manifiestan, fueron arrestados y conducidos a las lúgubres estancias donde se intimida con las amenazas y los gritos. Los abusos de autoridad que se comenten sin notarios, con nocturnidad y alevosía. Ahí en esos cuartos donde la fuerza ya es desigual y el detenido sufre la prepotencia de las manazas que se estampan para calmar los ánimos y convencer a porrazos a los insurrectos a que desistan de atentar contra los intereses del señorito que dirige desde el sillón de cuero la estrategia que es les es favorable amparandose en una ley a la medida que le protege.
La propiedad que se invoca, aunque sea en realidad una apropiación y una usurpación de los bienes públicos, cuando lo privado y lo común se enfrentan y rivalizan.
La ley mantenedora del orden, de ese estado en el que las cosas han de ser como desde que el mundo es mundo , y uno dijo eso es mío y consagró la propiedad como el primer y mayor robo de la historia de los seres humanos.
Aparece el juez y su catálogo de normas. Tantas y con tantos supuestos como casos a aplicar va mostrando la convivencia en los intereses encontrados. En los de quienes se ven desposeídos de sus derechos inalienables, como es pasear por la tierra libre y disfrutar de sus encantos y bellezas.
Las normas, digo , para devolver al amo sus privilegios y calmar la paz social. Esa que han acuñado para mantener este régimen injusto que condena al silencio, la obediencia, la sumisión y la esclavitud a quienes la perturban. La paz social que se rompe cuando el cacique arrasa sin compasión con años de caminatas alegres y sella el paso para beneficio de unos pocos afortunados. Los elegidos por la sangre y el abolengo.
Su señoría sentencia y condena al desobediente al destierro. Lo echa de su casa, de los suyos, lo aleja de su pueblo y de la valla y consagra la injusticia en nombre la de justicia divina. Se consagra la felonía y la humillación, sonríe el señorito mientras habla con el gobernador que responde :"a sus órdenes señor, misión cumplida".
Los liderzuelos andan lejos de los suyos mientras que se apaciguan los ánimos y coinciden los comentarios con lo escrito por el juez en el auto. Ahora ,sin embargo , las voces de la afrenta rebasan los límites de la comarca y la noticia llega más allá del territorio acotado donde suceden los hechos . El despropósito feudal es aireado por papeles y televisiones y en algún despacho alguien se interesa por lo acontecido en ese rincón de la andalucía amarga, de tricornios y señoritos que pervive al paso de los años.
Las gentes se plantan ante el palacio de justicia gritando no hay justicia con los pobres. Pero el juez es implacable y mantiene la orden. Hasta que no se calmen los alborotadores no habrá marcha atrás, sentencia el togado.
El escándalo se prolonga y los voceros mantienen encendida la noticia de Posadas. Tal vez por eso, de algún despacho aparece un documento donde se acredita que la cancela se ha colocado sin permiso y es ilegal. Pese a lo sorprendente del hallazgo, nadie se sonroja ni dimite en la Junta de Andalucía, que comunica al Ayuntamiento la noticia cuando el destierro aún mantiene lejos de sus casas a los insurgentes. El último capítulo de esta historia adquiere el bermellón de la vergüenza cuando tras meses y meses de conflicto por el cierre de la colada, se reconoce que el señorito ramade colocó ahí la cancela por la cara y que no contaba con la preceptiva autorización. Recibida la notificación el Ayuntamiento ordena la demolición de la puerta y la apertura del candado que la cierra.
Horas después, calmados los ánimos, el juez levanta el destierro y vuelven a sus casas los deshonrados y honrados vecinos represaliados. Nadie ha cesado ante tanta incompetencia. Si no fuera por lo desgraciado del caso, resultaría grotesco que se haya mantenido durante meses un camino público cortado mediante una acción que carecía de permiso. Sólo la complicidad insultante de la administración competente y la del tipo que tiene encomendada la tarea de las vías pecuarias, explicaría tan aberrante situación.
Un papel olvidado, silenciado, ocultado, extraviado, comprado??? Grotesca es también la presencia de los guardias civiles protegiendo la ilegalidad y amparándola. Y en el tercer nivel, el Ayuntamiento de Posadas aparece como convidado de piedra y no actúa diligentemente para defender los intereses de su pueblo.
Tanta incompetencia manifiesta sólo se explicaría por la rendición de quienes han de velar por salvaguardar lo público de los desmanes y el pillaje de los señoritos, que amparandose en el poder que les da la tierra y el dinero, mantienen un orden miserable e injusto.