El Congreso de los Diputados ha aprobado una nueva reforma del Código Penal para endurecer las penas destinada a reducir los accidentes de tráfico.Las cifras son aterradoras y sólo este puente del Pilar 36 personas se han dejado la vida en el asfalto.
Una terrible rutina a la que nos hemos acostumbrado, cuando cada fin de semana se hace recuento de las víctimas de la carretera. La noticia se ofrece sin testimonios de las familias, despojada de dolor, de lágrimas. Aparece en la tele la imagen del coche destrozado, los restos de la tragedia y la estadística que encubre el sufrimiento. Y así cada fin de semana.
Una vez más el poder legislativo tira del Código Penal y amenaza con cárcel a los conductores infractores. Prisión de tres a seis meses para quienes conduzcan a 200 kms /h en las autovías o 110 en las ciudades.Una Asociación de automovilistas ha calculado que cincuenta mil conductores podrían ir a la cárcel cada año, colapsando el sistema penitenciario.
Una vez más el poder legislativo tira del Código Penal y amenaza con cárcel a los conductores infractores. Prisión de tres a seis meses para quienes conduzcan a 200 kms /h en las autovías o 110 en las ciudades.Una Asociación de automovilistas ha calculado que cincuenta mil conductores podrían ir a la cárcel cada año, colapsando el sistema penitenciario.
El fiscal de seguridad vial asegura que eso no será así, ya que en esta reforma el juez tiene la facultad de derivar las penas de cárcel a otras en beneficio de la comunidad, "apenas nadie, salvo los reincidentes y los que causen accidentes graves, dice, irá a la cárcel."
Pero de nuevo la receta ante un grave problema social es la reclusión. La amenaza que en otros ámbitos se demuestra inútil en el fin que se persigue. En el origen del problema se sitúan otras claves en las que no se invierte, en prevenir estas conductas que ponen en peligro la vida de las personas.
La educación vial, que se cita al final de la reforma que ha iniciado su trámite parlamentario, siempre figura al final de las consideraciones, cuando debiera figurar al principio. El respeto a las normas, a los demás y a uno mismo. Las señales que se desafían cuando se asocia velocidad con aventura, riesgo y emoción. Ahora cuando los modelos a imitar sugieren héroes de las cuatro o dos ruedas.
Famosos que adquieren máquinas que representan no solo el lujo o la ostentación, si no referentes que marcan un estilo de vida a imitar. Máquinas que proporcionan sensaciones de poder y de libertad. Conducciones agresivas y veloces donde las marcas priman la potencia en caballos para ser dueños del asfalto, cuando tu vida es teledirigida y orientada por quienes señalan un estilo de ser.
La velocidad ha sustituido al placer del viaje, al gusto por los paisajes, por las paradas en los pueblos y pasear por sus plazas. Detenerse en las ventas y charlar con los paisanos.Invertir en todo lo contrario es desde luego más difícil que encarcelar a los conductores, pero sin duda más eficaz para disminuir la mortandad en nuestras carreteras. La cárcel se ha demostrado un fracaso para corregir los problemas sociales.
Otra educación que, más allá de las escuelas y los códigos de circulación, redundara en otra visión más amable de la vida, reduciría el sufrimiento y la desazón que a todos nos provoca la tragedia que señalan esos ramos de flores que salpican cada vez los puntos fatídicos donde han caído los muertos de la circulación.
La apuesta además por el transporte privado que se respalda con la construcción de nuevas autovías, incide en el interés de los gobiernos en apuntalar un sector tan contaminante como agresivo. Las líneas férreas asequibles desaparecen y la alta velocidad mantiene unos precios tan altos que el coche privado sigue siendo la opción más asequible para las familias.
Nos estamos acostumbrando tanto al dolor y al sufrimiento, que acabaremos siendo insensibles al sacrificio que este estilo de vida conlleva. Justificaremos el alto precio pagado por el nivel de progreso alcanzado. Enterraremos a los nuestros en silencio, sin cámaras de tv, porque estas víctimas, a fuerza de ser repetitivas cada domingo por la tarde casi no son noticia. La respuesta política, lamentablemente, no disminuirá la siniestralidad.
La cárcel no es ya un arma disuasoria. Representa el fracaso de una sociedad incapaz de corregir el rumbo que trazan las industrias y la publicidad. Los mensajes insistentes y persuasivos que nos animan al placer de la velocidad y el riesgo, como alternativa a un sistema que nos esclaviza al trabajo, a la hipoteca, que nos causa estrés y frustración. De todo eso huimos al llegar el fin de semana. A veces no llegamos a ninguna parte.