A propósito del día contra violencia a la mujer.
Hace unos minutos he recibido un sms de T., una amiga. En unos de sus párrafos dice: “si lo dejo dice que va hacer la vida imposible, que me perseguirá. Eso no me da miedo. Me da miedo no vivir con la dignidad y el respeto que merece cualquier criatura”. El mensaje llegó como digo esta tarde. Por la mañana reproduje en mi medio las declaraciones de una representante de la Junta de Andalucía en el área de mujer: en ellas decía: “una mujer no debe someterse al hombre, no debe aguantar ser dominada.El sometimiento, el control de los movimientos de las llamadas al móvil, eres tonta, qué te has creído…Luego aparece otras expresiones de esa violencia. Los empujones, tirones de pelos. Si una se somete, está perdida”, venía a decir.
Las dos mujeres coinciden en lo básico. La dignidad y la libertad. Al recibir ese sms he llamado a T. Acaba de cumplir los 40. Tiene tres hijos. Uno por cada uno de los tres hombres con los que se ha cruzado en la vida. Ella cuenta que no puede más. Que el tipo le ha dicho que “te voy a desfigurar la cara", que la quemará antes de que ser abandonado. Unas amenazas en toda regla, que a no ser por lo que enseña la durísima realidad que observamos, podrían ser sólo bravuconerías. Pero no. El macho ya le ha dado varias veces. El padre de su primer hijo también la maltrató. Un calvario desde los 20 años. Y…¿qué hace? Tiene apoyo con su hermano en otra población distante de su actual domicilio. Puede que venda la casa, ya que no es ganancial, y con ese dinero empezar otra vez con sus hijos a cuestas. Vete le he dicho. Y no se lo digas. Saca lo importante de la casa. Aquello que él no detecte que falta para que no esté sobre aviso. Sal corriendo. Huye y hazlo pronto. No le digas nada a los críos. Es la manera de escapar del terror. Eso es lo que lleva viviendo T. desde hace muchos años.. Lo cierto es que los hombres las matan, en un porcentaje muy alto, cuando ellas deciden marcharse. “La libertad de las mujeres está costando muchas vidas”, sentenciaba la jurista Montserrat Comas cuando estaba al frente del Observatorio de Violencia Doméstica.
Y en este día de discursos, campañas, declaraciones, me pregunto ¿y qué hacen aquellas mujeres que ni siquiera tienen un puente como T. para salir corriendo? Aguantan y perdonan. Y aguantan, y aguantan y aguantan hasta que no pueden más tras la última paliza y se largan a casa de la hermana. En el refugio buscarán bálsamo para las heridas y cobijo. Se esconderán mientras puedan, esperando que el maltratador no la espere en una esquina y le clave el cuchillo o le de dos tiros en una plaza. En éstas, la Administración, cualquiera de ellas ,gasta ingentes cantidades de dinero para declarar, para informar, para asesorar, para legislar, para manifestar, para publicar, para organizar, para celebrar, para fotografiar, para debatir, para lucir lacitos, para plenos simbólicos ,para ganar votos y adhesiones, para las ongs que liberan a liberadoras de mujeres. Una nómina de siglas que reciben sin control subvenciones con las que pagan toda la ingeniería que es inútil para que la agredida pueda rehacer su vida. ¿Cuántos empleos se destinan para estas mujeres, cuántas viviendas, cuántas becas para los niños? ¿Cuánto se gastan en campañas de imagen y marketing, en la intendencia del sufrimiento? Comienzo a creer que hay demasiado profesional del dolor .Espero que T. salga pronto del agujero y recupere la vida.
Las dos mujeres coinciden en lo básico. La dignidad y la libertad. Al recibir ese sms he llamado a T. Acaba de cumplir los 40. Tiene tres hijos. Uno por cada uno de los tres hombres con los que se ha cruzado en la vida. Ella cuenta que no puede más. Que el tipo le ha dicho que “te voy a desfigurar la cara", que la quemará antes de que ser abandonado. Unas amenazas en toda regla, que a no ser por lo que enseña la durísima realidad que observamos, podrían ser sólo bravuconerías. Pero no. El macho ya le ha dado varias veces. El padre de su primer hijo también la maltrató. Un calvario desde los 20 años. Y…¿qué hace? Tiene apoyo con su hermano en otra población distante de su actual domicilio. Puede que venda la casa, ya que no es ganancial, y con ese dinero empezar otra vez con sus hijos a cuestas. Vete le he dicho. Y no se lo digas. Saca lo importante de la casa. Aquello que él no detecte que falta para que no esté sobre aviso. Sal corriendo. Huye y hazlo pronto. No le digas nada a los críos. Es la manera de escapar del terror. Eso es lo que lleva viviendo T. desde hace muchos años.. Lo cierto es que los hombres las matan, en un porcentaje muy alto, cuando ellas deciden marcharse. “La libertad de las mujeres está costando muchas vidas”, sentenciaba la jurista Montserrat Comas cuando estaba al frente del Observatorio de Violencia Doméstica.
Y en este día de discursos, campañas, declaraciones, me pregunto ¿y qué hacen aquellas mujeres que ni siquiera tienen un puente como T. para salir corriendo? Aguantan y perdonan. Y aguantan, y aguantan y aguantan hasta que no pueden más tras la última paliza y se largan a casa de la hermana. En el refugio buscarán bálsamo para las heridas y cobijo. Se esconderán mientras puedan, esperando que el maltratador no la espere en una esquina y le clave el cuchillo o le de dos tiros en una plaza. En éstas, la Administración, cualquiera de ellas ,gasta ingentes cantidades de dinero para declarar, para informar, para asesorar, para legislar, para manifestar, para publicar, para organizar, para celebrar, para fotografiar, para debatir, para lucir lacitos, para plenos simbólicos ,para ganar votos y adhesiones, para las ongs que liberan a liberadoras de mujeres. Una nómina de siglas que reciben sin control subvenciones con las que pagan toda la ingeniería que es inútil para que la agredida pueda rehacer su vida. ¿Cuántos empleos se destinan para estas mujeres, cuántas viviendas, cuántas becas para los niños? ¿Cuánto se gastan en campañas de imagen y marketing, en la intendencia del sufrimiento? Comienzo a creer que hay demasiado profesional del dolor .Espero que T. salga pronto del agujero y recupere la vida.
Foto: Paco Ayala. El Mundo